La Iglesia Católica se prepara para vivir un gran acontecimiento: las Bodas de Oro del Concilio Vaticano II. En todo el mundo se celebran conferencias para recordar en qué consistió esta discusión universal de la que participaron todos los obispos del mundo y que determinó un nuevo paradigma eclesial y teológico. No se discutió sobre la doctrina, pero sí hubo un cambio en la forma y la organización de la Iglesia, que llevó a los laicos a tener mayor protagonismo. El cambio más visible se produjo dentro de los templos, ya que por primera vez los fieles pudieron escuchar la misa no en latín, sino en su lengua vernácula.
El Papa Benedicto XVI celebrará el 11 de octubre el inicio de la primera de las cuatro grandes sesiones que ocupó el concilio. Ese mismo día inaugurará el Año de la Fe, que finalizará el 24 de noviembre de 2013.
"Un concilio es una asamblea, con equipos que trabajan sobre documentos, que se discuten y se van aprobando. En el Vaticano II participaron alrededor de 2.500 obispos de todo el mundo. No pudieron asistir todos, pero sí lo hizo el 80% de la totalidad. De Polonia participaron unos 20, entre ellos el futuro Papa Juan Pablo II, quien trabajó activamente en dos documentos: el de la libertad religiosa y el de la Iglesia y el mundo moderno. Es importante destacar que los 16 documentos fueron aprobados por el 98% de los votos, es decir por unanimidad", explica el profesor de Doctrina Social de la Iglesia de la UNSTA, Juan Carlos Hourcade.
"Desde el primer momento comienza a haber una gran mayoría de obispos que estaban a favor del cambio. Ya desde el siglo XIX se venía planteando esta necesidad en el aspecto litúrgico. Quizás lo más conocido sea el cambio de la misa en latín a la lengua que habla el pueblo. Todo esto significó un volver a las fuentes, porque Jesús predicaba en el idioma de la gente, y lo mismo hacían sus discípulos", afirma quien es también integrante de la Mesa de Diálogo Interreligiosa y coordinador de la comisión de Pastoral Social de la Arquidiócesis.
Los cambios fueron muchos y quizás el más innovador -dice Hourcade- fue haberle dado protagonismo al laicado en la misión evangelizadora de la Iglesia. No menos importante fue su mirada social, en defensa de los pobres y en general de los derechos humanos que garantizan la dignidad de toda persona.